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Ha llegado la hora

¡Para que el Señor sea glorificado!
(Juan: 12: 1-50)

Al comienzo del capítulo 12 de Juan se cuenta que  el Señor Jesús después de haber participado de una  cena, pero “no el símbolo o rudimento del pan y el vino”, en la casa de  Martha y María las hermanas de Lázaro en Betania; dice que algunos de los principales sacerdotes al darse cuenta de esto, acordaron no solo dar muerte a Jesús, sino también a Lázaro al que había resucitado, pues por causa de él, muchos judíos lo estaban siguiendo ya; y esto era algo que a ellos no les convenía…

Jesús bajó a Jerusalén montado en un pollino o (asno pequeño) a la fiesta de la Pascua, cumpliéndose así la escritura que dice: “en aquel tiempo se dirá a Jerusalén: No temas; Sion, no se debiliten tus manos. Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos.” (Sof: 3: 16-17). Por ese motivo la gente como símbolo de alabanza tiraba a su paso hojas de palmera y alzaban su voz gritando y exaltando su nombre, y diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (V-13).

Pero en el (V-16) dice que  sus discípulos no entendieron al principio estas cosas que hacía la gente, pero… Cuando Jesús fue glorificado, entonces “se acordaron” de que estas cosas que le habían hecho, “Ya estaban escritas” acerca de Él… Mucha gente había llegado también a Jerusalén a recibirle, porque habían oído que él era quien había resucitado a Lázaro. Pero los fariseos decían entre ellos: “Miren”… ¡El mundo se va tras él! … Unos griegos  que también habían subido adorar en la fiesta le pidieron a Andrés y a Felipe poder ver a Jesús, y es en este momento donde el Señor Jesús les respondió diciendo: ¡Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado! (V-23).

Esta es la palabra que el Señor tiene para nosotros en este día de hoy. ¡Ha llegado la hora para que el Señor sea glorificado! Ha llegado la hora de glorificar a Dios en nuestra vida.

Según el diccionario de la lengua española, glorificar significa: alabar, ensalzar, exaltar, enaltecer, encumbrar, honrar, loar, aplaudir y celebrar… Y así como en un tiempo Jesús pudo expresar a sus discípulos que había llegado la hora de ser exaltado, enaltecido y ensalzado; de la misma manera como le sucedió a los discípulos, a cada uno de nosotros nos llega ese momento… “De oír en nuestro corazón como el Señor nos dice que ha llegado la hora de glorificarlo.”  ¿Cómo? en pensamiento, en palabra, en acción y en actitud… ¡Dios conoce nuestro corazón y nuestros pensamientos!

¡De Dios es toda la gloria, toda la honra, toda la alabanza y toda la exaltación por siempre!

Meditemos:

Durante toda nuestra vida y nuestro peregrinar por este mundo, hemos venido siendo guiados por el Señor. En todo momento hemos  experimentamos su protección, su cuidado, su respaldo, su provisión y su amor… En cuanto a Dios y Su palabra seguimos creciendo en el conocimiento, y cada día se está ensanchando más y más, para que podamos vivir lo que verdaderamente somos… “Su vida, Su bendición, Su gloria, Su reflejo, Su imagen, Etc.”

Hemos nacido en el mejor de los tiempos, y hoy por Su amor participamos del mejor de los ministerios el cual es ¡Vivirlo a Él!, en todas las cosas (Col: 3: 11).

Cuando entendemos esta verdad conscientemente… De nuestro corazón debe manifestarse en cualquiera de las situaciones o experiencias que tengamos solo Su amor y no el resentimiento; ni la duda, ni la inseguridad, ni el rencor, ni la venganza, ni el desamor, ni la incapacidad, ni muchas cosas que de pronto se están manifestando en nuestra vida hoy y que no nos están permitiendo “Reinar en vida.”

No podemos negar que todavía hay cosas que no nos dejan experimentar al Dios que es, a través nuestro como quisiéramos... El desempleo, la infidelidad, la rutina, el mal carácter, la escasez, el dolor, la soledad, las deudas, las llamadas enfermedades, la pereza, etc. de alguna manera pueden estar afectando nuestro proceder, nuestra forma de vivir, nuestra calidad de vida. Y sabemos que Dios mismo tuvo que experimentar muchas de estas situaciones cuando tomó cuerpo en este mundo (Fil: 2:6-8).

De ahí el por qué, el escritor a los hebreos les dijo, que Cristo podía compadecerse de todas las debilidades, pues había sido tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Heb 4:15).

El Dios de todo lo creado también tuvo que someterse a depender de unos padres limitados, imperfectos, comunes y económicamente pobres (Mat: 13:53-57). Tuvo que someterse también una educación,  a un gobierno terrenal, a unas leyes, a una cultura, a las inclemencias del tiempo, a las tentaciones, a un cuerpo natural (Luc: 2:52), a las emociones, etc. (Juan: 11:32-36), y por último a la misma muerte, por lo que oró diciendo: Padre, “Si es posible pasa de mí esta copa (Muerte)”  (Luc: 22:42).

Según la sabiduría de Dios existen dos clases de muerte…

1)     La muerte como el cumplimiento a un mandamiento dado por Dios al hombre en el cuerpo, como fue escrito: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás (Gén: 3:19).

La muerte es un proceso terminal que consiste en la extinción del proceso homeostático de un ser vivo y, por ende, concluye con el fin de la vida. Es el cese total de todas las funciones vitales del cuerpo humano.

ü  Homeóstasis es el proceso por el cual un organismo o un sistema mantiene constantes sus propios parámetros independientemente de las condiciones del medio externo mediante mecanismos fisiológico. Ejemplo: el riñón contribuye a la homeostasis del organismo porque ayuda a mantener constante la composición del medio interno.

2)     La muerte como la forma que tenemos de “Glorificar a Dios” en consciencia, mientras estemos en el mundo… Es ese morir a nuestra suficiencia, al orgullo, a la altivez, a la arrogancia, a la insensatez, al ego; es morir a nuestro propio  Yó… (Gál: 2: 20).

Jesús le dijo a Pedro después de haber resucitado: “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios (Juan: 21:18-19).

Pero para que esto suceda debemos entender por el Espíritu lo que fue escrito en (Juan: 12: 24-25), donde  Jesús les dice a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.”

Si queremos experimentar la vida, que es Cristo a través nuestro, debemos caernos del pedestal donde, nos han, o nos hemos subido… “Si quieres glorificarme, ¡Muérete!” esas fueron realmente las palabras que le dijo Jesús a Pedro y que hoy son las que debemos poner por obra, para llevar mucho fruto...  También les dijo a los discípulos: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.”… Amar nuestra vida, es despreciar la de Dios. Amar nuestra vida, es gloriarnos a nosotros mismos  y no a Dios. Amar nuestra vida, es subir a un pedestal lo natural, lo temporal, lo pasajero y no a Dios que es eterno.

Recordemos las palabras que el Señor también les dijo para que las pongamos por obra: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado” (V-23). Eternos y Santos en Dios, ha llegado la hora para que con todo lo que somos en Dios, con el conocimiento que hoy tenemos de Él y de Su palabra, con todo lo que tenemos de más en este mundo, porque desnudos entramos en él, ¡Glorifiquemos, exaltemos y honremos Su nombre!.

Mis herman@s… Si queremos experimentar en nuestra vida que estamos glorificando a Dios, TENEMOS QUE MORIR… Siempre llegará un momento y una hora especial en nuestra vida, para glorificar y ser glorificados, para enaltecer y ser enaltecidos, para exaltar y ser exaltados, para honrar y ser honrados… Una cosa es saber y conocer de la palabra, pero otra muy diferente es vivir la palabra…  Y ¡Cristo es la palabra! “Muérete para que puedas vivir.”

El Señor Jesús sabía a qué había venido al mundo, “A lo suyo vino” (Juan: 1: 11), a morir en una cruz para salvar a su pueblo. ¡A Glorificar Su nombre!... “El cordero fue inmolado desde el principio del mundo” (Apoc: 13:8), por este motivo dijo en (Juan: 12:27) “Ahora está turbada mi alma”… Recordemos las palabras de Salomón: “Antes de la honra es el abatimiento (Prov: 18:12).

Para poder ser exaltados, ensalzados, glorificados y levantados debemos haber experimentado la caída y la muerte. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto! (Prov: 4:18). Ejemplo: Así como hizo Cristo con la iglesia, “La santificó, la purificó, la lavó y se la presentó a sí mismo, una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha.” (Efe: 5:25-27)

HOY ¡Dios es, a través nuestro! No importa la debilidad, la falta, el error y la infidelidad, con todo; Dios es bueno. Está escrito que: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo (2Tim: 2:13), pero solo nos gozaremos en esta verdad, cuando despertemos en consciencia y todo lo que hagamos, hagámoslo en Su amor... “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo  (Efe: 5: 14).

Recordemos siempre que… “La palabra que hablamos, ella nos juzgará en el día postrero” (Juan: 12:48)… ¡En el día que debemos glorificar a Dios con nuestro proceder! Cuando estemos en medio de la dificultad y del desierto…

A Jesús también lo confrontó la palabra que dijo una vez a sus discípulos en Jerusalén, antes de que lo tomaran preso para cumplir en la cruz con su propósito. Recordemos lo que les dijo: ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?… Y eso fue precisamente lo que dijo cuando llegó el tiempo de experimentar en carne la muerte, diciendo: “Padre, si quieres, si es posible pasa de mí esta copa (muerte);” pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Luc: 22:42).

Siempre tendremos de Dios ese momento especial para glorificar, exaltar y honrar su nombre… Ej: Le sucedió a Pedro, a Jacobo y a Juan. Pero… ¿Glorificaron a Dios?

(Mar: 14:32-41). Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.

Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.  Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras.  Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad. Basta, la hora ha venido… ¡Dios no nos juzga!

Recordemos que las palabras que hayamos dicho, nos confrontarán cuando llegue el tiempo…. En (Juan: 13: 36-38) Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy (Muerte), no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? ¡Mi vida pondré por ti! Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces… Y cuando la hora vino “Se acordó de lo que el Señor le había dicho” (Luc: 22:52-61). Y se lo recordó después de haber resucitado diciéndole. “Si quieres glorificarme… ¡Muérete!” (Juan: 21:18-19).

Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. (1Cor: 10:11-14).

Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? Mas espero que conoceréis que nosotros no estamos reprobados (2Cor: 13:5-6).

En conclusión:

ü  ¿Con qué glorificamos a Dios? ¡Muriendo a nuestro parecer!… ¡Siendo inconmovibles pero en consciencia, ante todas las circunstancias que se presenten en nuestra vida!

ü  ¿Cuál es ese momento especial en el que debemos glorificarlo? ¡Siempre!

ü  Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere… ¡Recibirá honra!  (Juan: 12:26).

ü  Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene… ¡CAE, MUERE Y LLEVA MUCHO FRUTO! (Juan: 6:45b).

Igual que en la oración del apóstol Pablo por sus discípulos: “Doy gracias a mi Dios siempre por todos ustedes” por su comunión en esta palabra de vida; y de igual manera que el apóstol en su tiempo, estoy persuadido de esto, que el que “comenzó” en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta en el que Él sea el que se manifieste… ¡Dios sabe cómo los amo en Él!… Y recibo en Dios que también Su amor abunda aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobemos siempre lo mejor, a fin de que seamos sinceros e irreprensibles para esos momentos en el que debamos glorificarlo, pues la justicia, la gloria y la alabanza son de Dios, a Él le pertenecen (Fil: 1:3-11). 

Somos Su misma gloria, honra y bendición en el mundo


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Nota:

Puedes depositar tu ofrenda en cualquiera de las oficinas de Western Unión a nivel nacional, a nombre de William Daniel Muñoz Molano, con CC # 16680415, en Cualquier corresponsal bancario al número de celular 3157786249 por NEKI o haciendo transferencia directamente desde cualquier cuenta bancaria.

El apóstol Pablo escribió en (2Cor: 9:1-15) “Cuanto a la ministración para los santos, es por demás que yo os escriba”; pues conozco vuestra buena voluntad y generosidad, y no como de exigencia nuestra. Pero esto digo:

1) El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.

2) Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;

3) Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios.

Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros.

¡Gracias a Dios por su don inefable!